El Unión Adarve maximiza los errores del Pucela
Talavera aprovecha una indecisión de los blanquivioletas para hacer el gol visitante
El cambio de dibujo de los madrileños pesó al Real Valladolid, incapaz de generar excesivo peligro a pesar de que el balón fue suyo casi en exclusividad
El Unión Adarve se convirtió en el tercer equipo que asaltó Los Anexos esta temporada al aprovecharse de los fallos del Real Valladolid para vencer en un partido tosco, incluso un pelín duro por momentos, cerrado y sin apenas ocasiones. Sorprendió Borja Bardera de inicio apostando por una línea de cinco defensores con la que cerrar espacios a los blanquivioletas. Y les salió, porque casi toda su posesión fue inocua.
Adrián Carrión trató de poner una pizca de magia al ataque local, y en ocasiones lo consiguió, como a los siete minutos, cuando se escurrió entre tres defensas y puso un centro que Alvi remató alto de tijereta. El guión resultaba ser el esperado, el cuero era de los vallisoletanos, aunque no se podía decir que lo tuvieran a su antojo, porque en el último tercio de campo el Adarve mordía e impedía que el juego fuera fluido. Así, las oportunidades terminaron siendo aisladas, con un disparo de Maroto desde fuera y un centro suyo que nadie pudo rematar como intentonas con mayor marchamo de gol.
Por su parte, los lobeznos no inquietaban la portería de Maxi y apenas un lanzamiento desde muy lejos hizo que utilizara las manos. Estaban tan lejos las otras dos líneas, con el repliegue intenso e intensivo, que a Talavera le tocó fajarse con Héctor Blanco y Amoah como si fuera dos. No solo no había situaciones excesivamente peligrosas sobre las porterías, sino que además no había tampoco continuidad en el juego. Cada vez que tenía opción, el Unión Adarve lo paraba, algo que sucedió también después de la reanudación.
Intentó elevar líneas el cuadro de Ricardo López en la segunda mitad, provocando que los centrales, sobre todo Héctor Blanco, dibujaran pases profundos hacia los costados, con un centro del campo un tanto vacío, posicionado más cerca de los tres cuartos de campo que de la zona de salida. Esta exposición, normal ante el planteamiento rival, no surtió efecto, aunque tampoco hacía que, por contra, los madrileños atacaran con peligro, puesto que siempre las situaciones eran de dos para uno. Pero entonces llegó el primer error fatal que aprovecharían los de Borja Bardera.
Un balón bombeado (el enésimo) hacia Talavera fue golpeado de manera defectuosa por Héctor Blanco, cuya entrega hacia Amoah se quedó a medias. Y el ghanés, un portento físico, se resbaló ante el delantero, al que le quedó el terreno expedito para encarar a Maxi mientras los blanquivioletas pedían una falta que, en realidad, no pareció ser. El delantero marcó el cero a uno en el mano a mano y confirmó cualquier presagio que hablara de que aquello podía pasar. Paso, claro que pasó, y desde entonces no se jugó demasiado.
En una de las continuas detenciones -algunas fuera del reglamento-, el colegiado cobró una pena máxima de Iván sobre Torres, cuanto menos, discutible. El esférico se perdía ya por la línea de fondo y el delantero corrió para intentar salvarlo, el portero se interpuso y, en el choque, el árbitro interpretó una acción punible a todas luces sorprendente. El propio Torres disparó al larguero y no fue capaz de embocar el rechazo, en opinión de muchos, haciendo bueno aquello de que penalti que no es no se marca (así al menos se interpretó entre los no convocados visitantes).
El tiempo se iba agotando y al Real Valladolid le fueron entrando las prisas, aunque no le llegó el acierto, muchas veces ni en la toma de decisiones, ni normalmente en la resolución última de esas acciones. Ricardo quemó todas las naves y colocó a los centrales Palomeque y Héctor Blanco de delanteros, tratando de incorporar centímetros y emparejar un poco la pugna con los cinco defensores, contando con ellos dos, Castri, Torres y las incorporaciones de Diego Iglesias y Camilo desde segunda línea. En una de estas, Palomeque pudo empatar, en un servicio de Camilo, pero no fue el caso.
Los seis minutos de agregado fueron, como mínimo, lo normal, porque el Unión Adarve tiró de una veteranía impropia de la categoría juvenil. Las pérdidas de tiempo desquiciaron al Pucela, que lo intentó hasta la extenuación, pero no estaba para él; se encontró con uno de esos partidos largos, densos y tediosos, con un rival que alteró su plan para triunfar, y que lo logró, como fue festejado al final sobre el propio césped, mientras los locales, ya en su vestuario, daban vueltas a lo que había pasado. Que el fútbol también es esto, eso pasó. Por eso llevan cuatro partidos sin ganar.