Líderes en trabajo
El Rayo Vallecano es el máximo aspirante, pero también con la máxima prudencia, a optar por el título de Liga. La clave del éxito del cuadro Rayista es tan secreta como conocida: trabajo, trabajo y más trabajo. Unión Adarve, Casarrubuelos, Real Madrid y Santa Marta, cuatro partidos -cuatro finales- para ser campeones.
“Caminante son tus huellas el camino y nada más; caminante, no hay camino se hace camino al andar. Al andar se hace camino y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminante no hay camino sino estelas en la mar…” Esto reza el conocido poema de Antonio Machado, que posteriormente Joan Manuel Serrat se encargó de ponerle voz. Desde septiembre que comenzó la liga, nunca nadie del vestuario del Rayo Vallecano pronunció la palabra liderato. Solo se hablaba de ir partido a partido. Trabajo a trabajo. Liderato se convirtió en un término prohibido, en un grupo donde habitan transatlánticos del fútbol madrileño, español y mundial, como el Real Madrid de Guti, o el mismo Atlético de Madrid de Manolo Cano.
Precisamente fue en esta misma jornada, de la primera vuelta y después del sufrido triunfo frente al Valladolid, cuando el Rayo Vallecano se hizo con el liderato. Poco duró esa alegría cuando a la semana siguiente se iba a perder después de empatar frente al Unión Adarve en Ganapanes. No pasó nada. El equipo siguió en su rutina diaria, en su fórmula secreta, tan simple como conocida: Trabajo, trabajo y más trabajo. No se hablaba de objetivos claros, simplemente de quedar en lo más arriba posible, y no tener horizonte más lejano que la próxima jornada.
La derrota en Valdebebas, 3-1, frente al Real Madrid fue un punto de inflexión. Después de ese tropiezo y a base de creer, confiar y no rendirse, llegaron las victorias frente a Santa Marta, Rayo Majadahonda, Getafe, Atlético de Madrid, Fútbol Peña, Diocesano de Cáceres, Almendralejo, Alcobendas, Aravaca, Diocesanos de Ávila y Valladolid. Los de Ángel Dongil se convirtieron en una máquina de contar partidos a base de victorias, capaces de sacar encuentros “feos” como el del Aravaca o Getafe, o triunfos más sencillos como el del Fútbol Peña. Los Rayistas ya dieron un golpe con el puño encima de la mesa al ganar al Atlético de Madrid. En ese momento se creyó en la posibilidad de llegar a lo más alto: ¿Y por qué no llegar a ser campeones?
El Rayo continuó haciendo su camino, sin despistes, sin mirar al rival, porque el único espejo en el que se debían mirar era el de ellos mismos. En la Ciudad Deportiva seguía existiendo la máxima norma: trabajo, trabajo y más trabajo. Entre tanto había un Real Madrid – Atlético de Madrid. En caso de no puntuar el conjunto de Manolo Cano, y siempre cuando los de Ángel Dongil consiguiesen la victoria frente al Valladolid, se plantarían como líderes. Todo eso iba a ocurrir en la jornada 26. El guion estaba claro, pero todo salió a la perfección. El Atlético no puntuó y el Rayo ganó. A falta de cuatro jornadas para el final, el cuadro vallecano es líder, pero no por casualidad. A base de sudor, de entrenar en condiciones climatológicas adversas, contra viento y marea, a base de insistir, persistir y volver a insistir. Un liderato en la Jornada 26 no vale para nada, pero es un paso, sirve para llegar a la Jornada 30 y depender de ti mismo para ser campeón.
El Rayo debe continuar su camino, siguiendo esas huellas que lo han llevado a lo más alto. En creer y confiar en ellos mismos, porque se han ganado multitud de derechos, entre ellos el de ser el máximo aspirante para alzar el título de Liga. Seguro que la meta está puesta, que el objetivo está claro, pero es necesario volver la vista atrás, no descarrilar y volver a insistir, persistir y de nuevo insistir. Tan solo son cuatro finales. Tan solo son cuatro jornadas. Tan solo son cuatro partidos. Solo queda trabajo, trabajo y más trabajo.