Huesca 2-2 Getafe

Casi todo, casi nada

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En el momento que se acaba lo establecido comienza lo salvaje; tras 42 jornadas sufriendo la Segunda, Huesca y Getafe han comenzado su lucha por la Primera con un encuentro como el whisky solo: seco, duro, penetrante. Apto para valientes, aunque lo fueran unos más que otros. Los locales, ante la oportunidad de su historia, salieron a por todo; no tenían nada que perder y se ganaron el derecho a merecerlo más que un Getafe, con toda la presión encima, que cedió en minutos toda la ventaja que pudiera llevar de antemano.

Si fue malo el arranque de partido de los de Bordalás que su mayor mérito fue haber cometido siete faltas en los primeros diez minutos. A los quince ya tenían amarilla Mora y Faurlín, la pareja de mediocentros que estuvo sobrepasada toda la primera parte. Ahí residía todo el peligro del Huesca: ganaba la batalla en la medular, sobrepasando la línea y haciendo que la defensa tuviera que tapar arriba y destapar abajo. Quizá por eso, quizá porque no le interesaba otra cosa, el Geta no paró de dar patadas hasta que el colegiado le hubo perdonado dos expulsiones. De la agresión de Chuli basta decir que, si hubiera una mínima seriedad de la que carece este negocio, el jugador no volvería a jugar esta temporada.

Pero no todo fueron nubes. Al Getafe se le empezó a abrir el cielo con el errático partido de Samu Sáiz y con la aparición de su ángel. La primera parte que firmó Portillo fue encomiable; cuarenta y cinco minutos dando abrazos en medio de la guerra. Mientras sus compañeros se dedicaban a seguir y golpear a los rivales, cada vez que llegaba el balón a sus pies se jugaba al fútbol. Eso, en un primer acto más choque que partido, era bastante.

Al descanso se llegó con mucha batalla, bastante tensión y el marcador inmaculado. Los goles aparecieron en el segundo acto de la nada, que es como surgen las cosas importantes. Por ahí asomó el que da nombre a la ilusión azulona. El Getafe es un mero decorado hasta que aparece Jorge Molina. Suele suceder, como ha sucedido, que antes de su irrupción ya haya empezado su socio, Portillo, a dormir al rival. En ese instante, cuando está mansa la fiera, llega el 19 y pone todo patas arriba sin motivo aparente: pasaba por allí. Pasar por allí significa recoger un balón largo, ganar una carrera y forzar un penalti. Con la misma tranquilidad para generarlo pone la pena máxima en la escuadra, adelanta a su equipo y hace respirar al afligido azulón.

Fue causalidad, no casualidad, que a partir de ese momento, minuto 51, el Huesca saliera disparado de un partido que tenía dominado. Se evaporó la furia de los locales y se asentó al fin un Getafe que no había encontrado hasta entonces un ápice de calma. Respiraría del todo cuando en el 73 Portillo le puso en la cabeza el segundo a Molina; son dos, el pequeño y el grande, capaces de dominar a once.

Habría estado todo hecho y finiquitado si no fuera porque un minuto después Vinicius aprovechó un error visitante para recortar distancias. Y así es como el Getafe pasó del todo a la nada. Revivió el Huesca, al que no le quedaba otra que volcarse, y se encogió el Geta, al que no le pasaban los minutos. Tras desaprovechar los espacios que dejaban los oscenses, Bordalás decidió dar entrada a Gorosito en detrimento de Portillo. La sustitución, dolorosa a la vista, tuvo su efecto: de tanto acumular defensas, Camacho remató sin oposición dentro del área pequeña para poner la merecida igualada en el marcador. En el minuto 94. Lo dejó escrito Hemingway, don José: todas las historias, si continúan lo suficiente, acaban en la muerte. Hasta el sábado.