Tarde para la ira
El Getafe se dejó la victoria, dos puntos, tres expulsados, y si se descuida las botas, la cartera y las llaves del autobús, en su visita al estadio municipal de Reus. El responsable de todo lo perdido, por no decir hurtado, tiene nombre propio aunque se le conoce por sus apellidos: Gorostegui Fernández-Ortega. En esta ocasión el colegiado no se cargó el encuentro, sino que se inventó uno propio. De este modo, lo que se anunciaba como un partido de fútbol, importante además para la parte alta de la clasificación de Segunda División, se convirtió finalmente en un ejercicio supremo de lo que no debería permitirse en el deporte. Trasciende cualquier espíritu deportivo que el encargado de poner orden y justicia haga todo lo contrario de una manera tan evidente. Es una pena que el espectáculo desaparezca por la ineptitud o intencionalidad perversa de quien no sabiendo hacer bien su trabajo, se ríe del de un club profesional e incendia la ilusión de su afición. Muy triste que el fútbol quede a un lado, pero es que desde el minuto 67 del encuentro no hubo fútbol sino ultraje.
Hasta entonces, el choque tuvo un claro dominador y no fue ni el Reus ni el Getafe, sino el viento. Los jugadores, que difícilmente se encontraban con el balón, se pudieron topar con bolsas e incluso una gorra de un aficionado que hubo de llegar a casa despeinado. El descontrol era tan reinante que parecía claro que el partido se iba a decidir por un accidente; lo que nadie podía imaginar es que hubiera alguien que pudiera imponerse al fortísimo viento. Ese primer acto en el que todavía hubo algo de deporte sirvió para ver que la nueva incorporación del Getafe, además de parecer un cantaor flamenco, es un futbolista rápido y de clase; Chuli ha venido para aportar desde el primer día. Entre sus intentonas se coló un agarrón local en el área que el colegiado señaló como penalti: Jorge Molina aumentó su cuenta goleadora poniendo el 0-1 en el minuto 35. Apenas ocho minutos después el Reus se quedaría con un jugador menos tras una durísima entrada de López Garai. Con un gol y un jugador más se fue el conjunto azulón a vestuarios; algo extraordinario tenía que pasar para que no ganara el partido.
Así fue, vaya que sí. Lo cierto es que antes del citado minuto 67, el Geta tenía el partido controlado. Lo que no sufría con el Reus lo empezó a sufrir con el árbitro con esta dantesca sucesión de acontecimientos: remate con la mano de Querol, no señalada, que da lugar a un córner que da lugar a un penalti inexistente sí señalado; Édgar empata para los locales y, apenas cinco minutos después, Cala, primero, y Molinero, acto seguido, ven la segunda amarilla tras sendas faltas rigurosas; Bordalás protesta y acompaña a sus dos futbolistas a vestuarios. Resumiendo, en menos de diez minutos tuvo lugar una de las actuaciones más bochornosas que uno recuerda en un terreno de juego. La nota positiva es que, como todo ha quedado grabado, cada uno puede visualizarlo y juzgar por sí mismo; incluso los que dirigen este circo llamado fútbol español.
Tan bien está montado el chiringuito que, tras esto, los vilipendiados no podrán ejercer su trabajo el próximo fin de semana mientras el autor del disparate seguirá con el suyo. No es cuestión de colores, ni siquiera de fútbol: este arbitraje no lo merecía el Getafe, pero tampoco el Reus (al que la poca personalidad del colegiado le birló un claro penalti en el descuento) ni este bonito deporte. Por el contrario, Gorostegui Fernández merece, a partir de mañana mismo, ganarse la vida en cualquier otra profesión que no tenga nada que ver con el deporte, al que ha manchado esta tarde ventosa de febrero.
Tras este dislate, el Getafe acumula ya cuatro jornadas sin ganar; eso es lo que de todo esto permanece. No hay que alarmarse, pues queda mucho, pero sí alertarse. No es tiempo de furibundas críticas, sino de unión y, a lo sumo, silencio. Iniciada la segunda vuelta, restar es dividir; el que no sume que no moleste. Hace poco fui a caer, no sé muy bien cómo ni por qué, en un verso de Ovidio que decía asi: “Mira bien lo que prometes: ¿qué sacrificio hay en tus promesas? En promesas cualquiera puede ser rico”. En el período que abarcó noviembre y diciembre, casi todo aficionado azulón fue rico en la promesa de que su nuevo equipo con su nuevo entrenador volvería a Primera de cabeza, con la inercia de la euforia. Ahora, tras la cuesta de enero ha llegado febrero a certificar que sin sacrificio no hay gloria.
Al camino recto, por el más torcido. Se puede. Prometido.