La clandestinidad del baloncesto

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Detrás de este artículo hay muchas horas de reflexión. Y dudas, muchas dudas. Dudo constantemente. Porque a mi manera estoy dentro de este negocio y me aterra la idea de tener una percepción equivocada de la realidad. Como loco y enamorado de este deporte, me duele muchísimo escribir esto: el baloncesto en España es clandestino. 

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Llevo ya casi veinte años ligado profesionalmente al baloncesto. A mi alrededor, dentro del gremio, hay de todo. Desde el fanático de este deporte en todas sus vertientes hasta el que trasnocha para ver la NBA pero ignora la ACB, pasando por el colega que básicamente sigue al equipo de su ciudad o aquel otro al que no le gusta el baloncesto y es más, simplemente le parece un coñazo. Salvo contadas excepciones, siempre me ha tocado ofrecer argumentos a mis jefes para transmitirles que el basket en la radio es un producto útil, necesario y con reciprocidad. Lo he hecho (y lo hago) por convicción. La experiencia me ha demostrado que hay mucha gente detrás demandando información y contenidos relacionados con la cesta. Pero es innegable que nos lo están poniendo cada vez más difícil.

Ayer se jugó un partido de España para estar en el Mundial al mismo tiempo que un duelo de Euroliga con un equipo español. Jugadores que no estarán ni por asomo en China 2019 cimentan una clasificación que no han olido aquellos que disputarán esa Copa del Mundo con la selección. No es algo excepcional, sino que se repite cada vez que se abren estas famosas ventanas. Llull, Sergio Rodríguez o Claver juegan con su club a la misma hora que su equipo nacional disputa un partido oficial básico para el futuro de España en el ciclo que finaliza con los Juegos Oliímpicos deTokio 2020. Es dantesco. Y no ocurre en ningún otro deporte.

Incluso a los que amamos el baloncesto por ocio y nos dedicamos a él por trabajo, a veces nos cuesta ubicar todas las competiciones. Este año ha habido martes en los que han coincidido jornadas de la Euroliga (primera competición europea), la Eurocup (segunda competición europea) y la Champions (tercera competición europea). Un batiburrillo insoportable, un sindiós grotesco que convierte en una penitencia el mero hecho de plantearse seguir el día a día de nuestro deporte. No es el foro para profundizar en responsabilidades y culpabilidades, pero las consecuencias de los egos y las luchas de poder están siendo nefastas para una actividad con mucho arraigo en nuestro país.

El baloncesto en España es clandestino. Se ve poco y verlo cuesta mucho dinero (ni siquiera hay una opción para comprar el paquete de baloncesto de manera aislada). Los aficionados al basket somos completamente endogámicos. Nos decimos entre nosotros lo maravillosa que es una Euroliga con 34 partidos de fase regular cuando la realidad es que ahí fuera la gente no tiene ni puñetera idea de qué se juega, cuándo se juega, cómo se juega ni para qué vale lo que se juega. Pongo el ejemplo del ahora mejor equipo y más divertido de ver, el Real Madrid. ¿Qué seguimiento tiene un Efes - Real Madrid un jueves a las 18.30 horas ofrecido por Movistar Deportes y defendido en la radio (a duras penas y con mucho sufrimiento para mantener la emisión) por el dial menos estable de Onda Madrid? Yo mismo como receptor me he encontrado desamparado al no poder saber cómo iba un partido más allá del "play to play" de la página web. Y hablamos de la Copa de Europa, imaginaos si nos adentramos en el sinuoso territorio de la Basketball Champions League. 

La Euroliga está engullendo a la Liga ACB. El futuro es tenebroso porque será imposible encontrar un punto equidistante de encuentro. Algunos defienden las ligas cerradas con toneladas de licencias A. Lo hacen en nombre del negocio, cuando el tiempo está demostrando que ese negocio es dudoso. El modelo de la poderosa Euroliga no es lo rentable que nos han vendido cuando los trastlánticos siguen arrojando pérdidas o la entidad turca con potente patrocinador arrastra deudas con sus jugadores. El basket es un Real Madrid - CSKA (por cierto, objetivamente es un choque moderadamente intrascendente). Pero el basket también son 2000 burgaleses viajando con su equipo a Madrid, hinchas movidos por la pasión y lejos del más mínimo tic antideportivo. 

Nos juntamos en un corrillo cuatro o cinco pirados del basket y hablamos dos horas seguidas de las maravillas del deporte que nos cala los huesos y las emociones. Pero luego salimos ahí fuera y el basket lo siguen cuatro gatos. El baloncesto está sumido en una dolorosa clandestinidad y negarlo es cerrar los ojos a una evidencia tan dañina como indiscutible. Seguiremos luchando por darle visibilidad, pero no nos lo están poniendo fácil. A ver cómo demonios le convenzo ahora a mi jefe que hay que dar por la radio 34 partidos de una fase regular de una competición europea. La llevo clara.