Mis chicos
Quizá sea porque estoy en el grupo de los que ganan poco, pero siempre he pensado que en esta vida hay algo mucho más importante que ganar: conmover, remover, contagiar pasión. Eso es lo que está haciendo un equipo legendario que se resiste a la rendición. Escribimos estas líneas antes del desenlace y sin saber si será consumada una de las mayores hazañas de la historia del baloncesto europeo. Pero esa historia ya está escrita.
El Efes atesora más talento que el Madrid. El Efes exhibe más físico que el Madrid. El Efes acudía a la cita sin lesionados y con inercia de favorito a levantar el título. El Efes sometió al Madrid en los dos combates de Estambul. Y el Efes estaba ya embarcando en el trasatlántico de la Final Four el pasado martes a las 20.30 horas. Nadie creía ya en el Madrid, salvo el Madrid. Un equipo de mínimos, del que ya habían partido Campazzo y Deck. Con las muletas de Randolph, la cojera de Thompkins y la ausencia de su actor más diferencial y el gigante que más terror impone en el baloncesto europeo. Con todo eso, y además con el remolque de caer por 14 y 13 puntos respectivamente en el último cuarto, el Madrid volvió a construir desde sus cenizas una gesta de dimensiones catedralicias.
Lo lógico es que los turcos ganen bien el martes, eso es al menos lo que se lee en la encuesta previa a la noche electoral del Sinan Erdem. Igual de lógico que hubieran aplastado con el 3-0 y que las luces del Palacio hubieran estado apagadas anoche. O igual de lógico que hoy los soldados de Laso estuvieran fundidos, derrengados y orgullosos de un 3-1 muy digno sabidas las circunstancias. La lógica salta por los aires cuando ese grupo de leyenda pega su etiqueta competitiva en la espalda de todos los que vislumbrábamos una eliminatoria asequible para la escuadra otomana. 2-2. Y vete a saber.
La cartuchera del lasismo siempre guarda una bala más. Se la juega con Carroll, Rudy, Llull, Abalde y Garuba arriba defendiendo a Micic. O se parapeta minutos y minutos en una zona que muta en alucinógena para las estrellas del Efes. Su frenopática pizarra ha hecho dudar a Ataman y a actores con muchos pelos en el bigote como Larkin, Micic, Simon o Beaubois. Cada uno de nosotros, aunque haya sido en alguna noche inefable, hemos asistido a algún milagro. Pero dos seguidos, en 50 horas, y ante el mejor equipo de Europa... eso es demencialmente loco.
Da igual que esté agujereado con cuatro trayectorias de bala, que varios orificios corporales manen sangre a borbotones, que haya perdido un brazo, que tenga amputadas ambas piernas, que no vea, que no oiga... No importa porque es un equipo que nunca deja de sentir. Tienen orgullo, mucha valentía y no contemplan la rendición. Con un niño de 19 años metamorfoseando en Garubestia y un abuelo de 38 castañas enchufando como toda la vida. Con los viejos rockeros reventando la guitarra tras 10 horas seguidas de concierto. Con un tipo de 41 años echando un cable a sus compañeros. Y con un cuerpo técnico exprimiendo una naranja que ya no tiene ni zumo, ni piel, ni sabor, ni olor... ni siquiera forma de naranja. Anoche pensaba que si el Madrid llega a Colonia, sería la mayor gesta de la etapa Laso Biurrún. Lo he meditado y creo que ya lo es incluso antes del combate final.
Y si. Pues puede ser. Quién se atreve ahora a asegurar que no es posible con lo rematadamente locos que están esos tíos. En cualquier caso estoy seguro de que ese equipo recibirá el aplauso más atronador de la historia precisamente el día que pierda. Y eso solo lo consiguen los que remueven, conmueven y contagian pasión.