‘El imperio de la luz’: Mendes le da las gracias al cine
El director británico reaparece cuatro años después con un irregular pero sentido homenaje a esos cines que tanto cobijo nos han dado.
Empezaré este artículo siendo más directo de lo habitual para responder a la gran pregunta que seguramente muchos indecisos ya tendrán en sus cabezas. ¿Merece esta película pagar la pasta que vale hoy en día una entrada? La respuesta es sí. Evidentemente, no se trata de una experiencia tan trepidante como pudo ser 1917, pero sí más emotiva y menos fría. O por lo menos eso me ha parecido a mí, ya que por mucho plano secuencia que se emplease, nunca llegué a conectar del todo con esta última.
Aquí Mendes cambia de registro. Su nueva película es prima hermana de Camino a la perdición. Es decir, puro lirismo y pura melancolía, que en este caso se funden para narrarnos una historia de amor interracial con un cine de la costa sur de Inglaterra como telón de fondo.
El resultado para mí es notable. Seguramente los más exquisitos criticarán su falta de ritmo y los cabos sueltos que deja sin atar. No me voy a poner de su parte, pero diré que razón tampoco les falta. La película no aborda todos los temas que toca. Su premisa está clara y contiene secuencias poderosas, pero también deja en el aire varias cuestiones sobre la vida de ciertos personajes que al público le hubiera gustado saber. Esto unido a que, en ocasiones entre escena y escena, el director conduce con tres marchas de diferencia hace que no sea una película de 10.
Sin embargo, creo que centrarse en analizar esos aspectos inacabados sería ver lo que falta y no lo que hay. Yo prefiero quedarme con lo que hay. Sinceramente, me encanta el objetivo que tiene esta cinta: recordar la de innumerables veces que el cine, como a los protagonistas de esta historia, nos habrá protegido. Porque, en resumidas cuentas, de eso va esta obra y eso es lo que hace Mendes. Ni más ni menos que apoyarse en esta trama amorosa con interpretaciones excelentes (escalofriante Olivia Colman) para darles las gracias a esos cines extintos y en extinción. Y yo me sumo.
Gracias a esas salas por ser y haber sido un lugar de refugio para aquellos que no encajan en otros sitos. Gracias a los valientes que los dirigen y a los empleados que los regentan y los cuidan para mantener más de un siglo después la magia de la experiencia intacta. Y, por último, pero no menos importante, gracias a ese pequeño “haz de luz” porque sin él yo no estaría escribiendo esto.
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