‘Vacaciones en Roma’: todos hemos querido ser Audrey y Gregory.
Hace pocas semanas se cumplían veinte años del fallecimiento de Gregory Peck. Para quien no lo conozca, uno de esos grandes actores sin los que el cine no hubiera sido lo mismo. La inolvidable “Matar a un ruiseñor”, “Los cañones de Navarone” o “El cabo del miedo” son algunas de las películas que protagonizó a lo largo de su extraordinaria carrera. Sin embargo, hay una dentro de ese currículum que no he nombrado y que merece mis líneas sobre ella en esta sección, puesto que cumple la friolera de setenta primaveras. Esta es, ni más ni menos, que “Vacaciones en Roma”. Sin la cual el cine, a mi parecer, tampoco sería lo mismo.
Dirigida por William Wyler, la trama transcurre en la Roma de la posguerra. Allí, la figura del momento es la princesa Ana (Audrey Hepburn) quién visita la capital italiana para cerrar su gira por Europa antes de regresar a su país. No obstante, y tal y como podemos observar desde el inicio de la cinta, Ana dista bastante de ser una princesa convencional. Detesta las ceremonias, los actos públicos, las negociaciones comerciales e incluso el propio camisón que le hacen usar para dormir. Harta de sus obligaciones y de su particular agenda de princesa decidirá escaparse por la noche para vivir la ciudad y “hacer todas esas cosas que siempre he deseado”. Aunque sólo sean las actividades normales que realiza un ciudadano corriente en el día a día. Una vez en la ciudad conocerá a Joe Bradley, un periodista norteamericano que, en busca de una exclusiva para redimirse en su trabajo, acompañará a la princesa durante sus “vacaciones” fingiendo no conocerla.
Con este argumento, Wyler hizo de “Roman Holidays” una de las mejores comedias (y películas) de todos los tiempos. En la ceremonia de los Óscar le costó competir con la triunfadora de aquella edición “De aquí a la eternidad”, logrando solamente tres de los diez premios a los que optaba, pero haciéndose con el de Mejor actriz para Audrey Hepburn. La británica, que prácticamente debutaba, hizo de su interpretación una de las más tiernas y espontáneas de la historia del séptimo arte en un papel para el que había nacido.
Personalmente, lo que valoro del film es que, a pesar de ser una comedia, va más allá de lo que a simple vista puede parecer. Está claro que lo que más destaca es el humor utilizado para narrar las aventuras vividas por Peck y Hepburn en su recorrido por Roma, pero hay algo más (aparte de una hábil crítica a las costumbres monárquicas). Algo no tan divertido que no desarrollaré para no destripar la película, pero que de un modo u otro une vidas tan diferentes como las de la pareja protagonista.
A nivel general la película es una delicia. De lo mejor que se hizo en los cincuenta, y eso que hay bastante donde elegir. Las virtudes que tiene la convierten en, más que una comedia romántica, una joya del cine. El único “pero” que le puedo poner es que todos los que hemos ido a Roma y paseado por ella, sabemos que, por mucho que te subas a una vespa, es imposible convertirse en Gregory Peck. Y mucho menos que una princesa Ana sea tu compañera.