Ya no hay verano
El verano es una cosa por la que merece la pena vivir. Es mar, es una playa con chicas en topless, si tienes suerte. Son noches largas y vestidos cortos, con chicas con morenos que convalidan tres cirugías estéticas y copas que alivian como el lado frío de la almohada, que los mismos hielos te duran tres rondas. En días sin ocupaciones, las horas pasan entre la piscina y las terrazas, sintiéndote joven y guay y aprovechando para planear las vacaciones del año que viene, lo mismo un barco en Formentera que dos semanas en Nueva York. Pero la vida, aunque buena, no es necesariamente justa, y te sorprende aún a mediados de agosto con tu ex fumando y tu equipo debutando en Segunda.
La Segunda División, Liga 1,2,3 por obra y gracia del Banco Santander, es todo lo contrario al verano. Es el lugar más inhóspito del planeta, es el frío que se te coge a los huesos, acabar con la más fea del baile, conocer a los padres de tu novia: miradas calculadoras, preguntas comprometedoras, sonrisas forzadas; te sentirás bien, incluso confiado, pero jamás cómodo. Ese no es un sitio para estar. Es, en efecto, el sitio exacto en el que el Getafe está. Olvidado el año pasado y con un verano más o menos esperado, llegó el momento del debut. Ha bastado un partido frente al Mirandés para dejar claro que este no será un lugar acogedor: ándate con cuidado, chaval, en Segunda nunca es verano.
Salía el Getafe con tres únicos supervivientes del descenso en el equipo titular. A pesar de ello, los de Esnáider se han mantenido, muy meritoriamente, diría, fieles a su estilo: no jugar a nada. Hubo a principio de partido algún amago de que Facundo Castillón podría llegar a desbordar, con cierto peligro me atrevería a intuir, que fue rápidamente sofocado por los balones en largo que empezaron a rifar Guaita y Cata Díaz. El destinatario nunca fue fijo. Unas veces al central, otras al lateral, la pelota acababa siempre en posesión del rival. Dani Pacheco, en un par de jugadas aisladas, fue el único que pareció poder desequilibrar en la primera mitad.
La segunda parte arrancó con la sensación de que podrían llegar a pasar cosas, e incluso más: verdaderamente pasaron. A los cinco minutos, David Fuster, desaparecido toda la primera parte, forzó un penalti que Pacheco transformó en gol. Estando a las alturas que estamos, donde cada afirmación tiene el valor de un euro en Londres, parece que el Getafe será, en gran medida, lo que Dani Pacheco quiera que sea. Pero para desgracia de los de Esnáider, el partido continuó, y más el Mirandés. Guarrotxena, el más activo del ataque local, buscó el penalti hasta en dos ocasiones. Como no lo logró, se lanzó a la segunda opción: buscar el gol. Al siguiente centro lateral, Damián perdió la marca y Guarrotxena encontró la portería. Los burgaleses, más asentados en la categoría, supieron interpretar el momento mejor que los madrileños, y se lanzaron a por la victoria como el que se lanza a la piscina a las cuatro de la tarde, descubiertos y a la desesperada. Guaita, en un homenaje de despedida a la Primera División, acabó sacando dos manos que acabaron valiendo dos puntos, más sufridos que merecidos. A 19 de agosto y ya no hay verano, solo Segunda División.