Una muerte rápida
Hay ocasiones en que el lenguaje tiene una profunda capacidad para disociar las palabras de la realidad; otras, en cambio, es más certero de lo que indica el término: en la ‘fiesta del niño’ celebrada por el Getafe en el partido ante el Sevilla Atlético, el partido se convirtió en una fiesta llena de niños. A veces, al intentar trazar un cuadrado, te sale un círculo perfecto. Y es que la perfección, como el amor o la muerte, no se puede planificar. Quizá es por eso que en ello, cuadrando el círculo, se encuentra ese Geta que, para sorpresa de los incrédulos o incredulidad de los sensatos, está empezando a hacer de su fortaleza una verdad universal. Tiene este equipo actualmente más peligro que su presidente en una subasta de cuadros. Increíble, pero cierto.
Lo que ha tardado el Getafe en despertar es, exactamente, lo que ha tardado su salvador en llegar. Desde entonces, concretamente diez jornadas, el equipo ha sumado seis victorias, cosechado tres empates y encajado cuatro goles. En el Coliseum, por defecto, nada es lo que parece salvo que Bordalás es el verdadero mesías. No pretende ser esto otra oda al míster alicantino, ya que en esta ocasión sería muy injusto no centrarse en la fantástica actuación de Álvaro Jiménez, que se ha estrenado como goleador con dos genialidades. Igual de inmerecido sería no citar la nueva exhibición de Jorge Molina, así como el partidazo de Lacen y Paul Anton, que se merendaron a un rival que, de tan digno, ha sido el mejor que ha pasado por Getafe. Asimismo, feo quedaría olvidarse de la labor de Molinero y Damián en los laterales, la contundencia de la pareja de centrales o la lucha y la entrega de los centrocampistas. En definitiva, el equipo azulón firmó un encuentro tan sobresaliente que brillaron todos y cada uno de sus componentes.
La labor coral getafense superó a la buena disposición y al fútbol elegante del filial sevillista, al que da gusto verle tocar y mover la pelota. El Getafe de Bordalás es una imagen: la de diez jugadores de azul juntos, ordenados y moviéndose en bloque. Es unión, es presión, es lucha; es, en definitiva, una delicia. Todos ellos, y no por casualidad, sustantivos consecuencia de su matriz: el trabajo. El hambre genera más hambre cuando el animal es insaciable.
La primera parte, golazo tempranero de Álvaro aparte, fue lo más perfecto que ha construido el Geta esta temporada; difícil va a ser superarlo. La segunda fue la puntilla para un encuentro supremo, el mejor hasta la fecha ante uno de los mejores rivales que se ha encontrado. Tiene eso mucho mérito, pero poca importancia para un perro de presa al que le da lo mismo a quién tenga enfrente. “No voy a engañarte: voy a torturarte de todas formas. Solamente te queda rogar una muerte rápida, lo cual no vas a conseguir”, decía el ‘señor Rubio’ en ‘Reservoir Dogs’. El Sevilla Atlético, al menos, tuvo la suerte de conseguirla.
En esta espiral de felicidad, el Getafe se encuentra con una única noticia mala: aún restan ocho días para su próxima cita. Entretanto, los azulones pueden sentarse en el sillón a afilarse las uñas mientras ven a otros equipos perder los puntos que ellos no pierden. Antes de que eso ocurra, los de Bordalás han dormido en puntuación de ascenso directo a Primera División. Ha costado diecisiete jornadas, pero ya están ahí. Ahora viene lo realmente difícil: no moverse. Si larga fue la conquista, eterna será la resistencia.
Sin levantar los pies del suelo, a principios de diciembre esto no podría ir mejor para los intereses azulones. Equipo que no tema al Getafe, equipo que se convierte en inconsciente. El rival que se lo encuentre tiene una salida: rezar, encomendarse a su dios o agarrarse a cualquier otra superstición que profese para poder triunfar ante el equipo más en forma de la categoría. Aviso a navegantes: sin fe no se acaba con este Geta.