El gigante noble

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Es ahora mismo el jugador más influyente del baloncesto europeo. El líder absoluto de todo lo que nunca aparece en la hoja de estadísticas. Y más allá de su faceta deportiva, sus compañeros lo adoran porque es el tipo más noble que hay en el vestuario del Real Madrid. Edy Tavares hace felices a los demás.

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"Me gustaría ser invisible". Lejos queda esta frase que pronunció el pívot caboverdiano cuando amanecía su periplo en Gran Canaria. En demasiadas ocasiones resulta imposible compatibilizar la introversión con la altura. Edy no se sentía cómodo porque un hombre de 221 centímetros jamás puede pasar inadvertido. "Un gigante no puede esconderse nunca", reconoció hace unos meses en El País. Edy es muy tímido. Y aún más noble que reservado. Quienes comparten el día a día con él hablan de este muchacho africano como una bellísima persona, un pedazo de pan reflejado en la inmensidad de una figura interminable. 

Hace nueve años vendía leche y pescado en Maio, una pequeña isla ubicada al oeste de Senegal. Jamás había cogido una pelota de baloncesto. Como mucho habia hecho sus pinitos con el balonmano, solo porque allí el único entrenador que había dominaba ese deporte. Como todos los muchachos de Cabo Verde, soñaba con ser futbolista y jugar algún día en el Benfica. La vida le cambió aquel día que un hombre alemán advirtió en las oficinas del Gran Canaria de la existencia de un gigante en África. Tras una década de disciplina, trabajo, decepciones y viajes, Edy Tavares está alcanzando la cima. La del baloncesto, que es alta, pero también la de la felicidad, que en muchas ocasiones se confunde con el mismísimo cielo.

Tavares es un center bestial. Se abraza a las dobles figuras con una facilidad insultante. Pero es lo que no aparece en la tarjeta lo que le hace el actor más diferencial de Europa. Cambia tiros. Intimida. Obliga al frenazo. Asusta al rival. Sella la zona. Es como un estore de granito que impide hasta la mínima presencia de actividad solar. Cuando Edy levanta los brazos y alcanza los casi dos metros y medio de envergadura, se apaga la ciudad entera, se funden los plomos, anochece de golpe, no se ve nada. Es impagable lo que le da a su equipo, que apostó por él no como parche para la grave lesión de Kuzmic, sino como apuesta contractual a medio plazo para ser el cinco que domine la Euroliga. Trabaja incansablemente, en la pista y en la mente, para solucionar sus problemas con las personales, aunque no esconde su frustración por el trato arbitral que recibe.

Tavares es feliz. Junto a Paula, una chica canaria que nunca deja de sonreír y que desde el pasado verano es la esposa del gigante noble. Junto a su familia, que de vez en cuando le visita en Madrid para compartir con él un sueño real que hace años no era más que una película de ciencia ficción. Su padre, marinero. Su madre, humilde trabajadora de una pequeña tienda en su Maio natal. Edy no olvida sus orígenes. Invierte el dinero que ahora tiene en escuelas y proyectos sociales en su Cabo Verde querido. Junto a Guillermo Bermejo, su agente, al que adora como si fuera su hermano. Junto a sus compañeros de equipo. Junto a los empleados anónimos del club, que hablan maravillas de su trato personal. Y junto a sus aficionados, que hasta le cantan una canción propia al compás del famoso "Freed from desire".  

Asusta intuir dónde está el límite de este tío. Edy Walter Tavares. El muchacho de origen más que humilde que siempre idolatró a Cristiano Ronaldo. El chaval que arrasa con los videojuegos, hasta el punto de ser poco menos que un catedrático del FIFA. El niño que un día quiso ser invisible y ahora pulsa cuando quiere el interruptor de la luz. Es gigante, sí. Es bueno, sí, muy bueno. Es noble, lo es. Es, sin duda, uno de los deportistas del momento.