La frustración de Llull

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Llull es exactamente el mismo Llull que hace dos años. El mismo. Un tipo que vive por y para jugar al baloncesto. Un generador de electricidad y de emociones. Con Llull nunca hubo ni habrá término medio. Llull es un concierto de rock en un recinto lleno a rebosar. Coge la guitarra, agita los cabellos y se entrega. Llull es así, no va a cambiar. El pecho por delante para que le impacten  las balas.

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Cinco Sentidos Baloncesto

La única diferencia es su físico, que en el deporte actual influye en todo lo demás. Llull no está bien porque va camino de dos años de calvario. Es un tipo tan cabezón y con una mentalidad tan fuerte que creo que ni él se da cuenta de esta travesía. Llull hace todo a lo grande. Si se cruje la rodilla, se focaliza en la rehabilitación cual animal fija a su presa. Si reaparece tras nueves meses ko, convierte el pabellón en una cazuela a 2000 °C. Llull ni sabe, ni quiere, ni debe contener el huracán que lleva dentro. Ha llegado a lo que es y representa por ese carácter indomable que incendia su alma. Por eso cuando sufre también lo padece al extremo.

Esa es la imagen de la Final Four y posiblemente una de las escenas más impactantes de los últimos tiempos en el deporte. El mercurio de la frustración le revienta a Llull cuando falla el tercer triple consecutivo. Mira de reojo al banquillo, fuerza la personal y se sienta. Agarra la toalla, se agacha y se tapa la cabeza durante unos segundos. Llora. Seguro. O por fuera, o por dentro, o ambas cosas. La impotencia de un deportista que jamás dosifica porque para él el baloncesto y su Madrid lo son todo. 

Y después de todo esto, minutos después de su colapso emocional, Llull enchufa su único triple de la semifinal para poner a su equipo a un punto. Y más tarde tiene también la última bola para empatar, pero la seguridad de recibir la personal que nunca llegó, le hizo levantarse desequilibrado en el 6.75. Se acabó. Llull se vence y apoya sus manos sobre las rodillas. Su cerebro se convierte en una trituradora. Así ha sido durante toda la noche, una de las más largas de su vida. Llull está muy jodido. Mucho. Muchísimo.

Foto: Euroleague

"No necesito que nadie venga a decirme que no estoy bien, el primero que lo sabe soy yo. Mi compromiso con este club y con esta camiseta es máximo", se confesó en Onda Madrid diez minutos después de perdér la semifinal. Llull es el mismo de siempre. El que se sienta en la esquina del vestuario y atiende con educación y capitanía a los periodistas. Pero la falta de continuidad le está penalizando, va arrastrando costuras que le impiden alcanzar la cima física tras una lesión muy grave. Sirva como ejemplo que la última lesión muscular que padeció era bastante más peliaguda de lo que se transmitió, con afectación incluida a un tendón muy dañino para el deportista. Una vez más Llull se puso a trabajar como una bestia para volver lo antes posible. Pero no mete tanto y no defiende tanto por cuestiones físicas. Todo parte de ahí y se traslada a la confianza y a la cabeza. Llull está obsesionado con ofrecer su mejor versión. Nadie le puede reprochar eso a un deportista.

Percibo muchísimas críticas a Llull en un sector del madridismo. Yo lo veo desde fuera y como un simple periodista y aficionado al baloncesto, pero me atrevo a transmitir en estas líneas que Llull es un tipo muy especial. Probablemente quienes lo tildan de egoísta celebraron sus cestas imposibles hace no mucho tiempo. Y hacía lo mismo. Es su personalidad. Por eso Laso, y creo que cualquier otro entrenador del mundo hubiera decidido igual, lo puso en pista otra vez para el último minuto de la semifinal. Por eso hay un grupo muy amplio de personas sufriendo ahora mismo viendo a Llull en el hotel del Real Madrid en Vitoria. Porque lo admiran y lo quieren. Porque siempre ha dado todo en la pista y también allá donde nunca alumbran los focos. Por eso Luka Doncic y Pau Gasol lo respaldaron anoche públicamente. 

Años después, me sigue pareciendo asombroso que Llull no se marchara a la NBA. Pero él es diferente. Negocia su profesión al límite. Acelera y acelera. Y cuando la vida le obliga a frenar de golpe, se levanta del hostión y vuelve a meter primera muy despacio. Es el generador de emociones más potente que he conocido en el deporte. Para los aficionados, para sus compañeros, para los locutores de radio... y para él mismo. Llull no sabe vivir sin rock and roll. Y eso, en ocasiones, también hace sufrir. A él y a la gente que lo aprecia. 

La película no ha terminado. Quién sabe si el guionista aún le tiene reservado a Llull un final de lágrimas... de alegría.